No son bosques, son monocultivos de árboles. En Uruguay viene incrementándose esta práctica nefasta con la instalación de dos fábricas de celulosa (UPM y Montes del Plata) y se ha anunciado una tercera al noreste del país.
En todas partes del mundo, millones de hectáreas de tierra productiva están siendo rápidamente convertidas en desiertos verdes presentados bajo el disfraz de “bosques”. Las comunidades locales son desplazadas para dar lugar a interminables filas de árboles idénticos —eucalipto, pino, palma aceitera, caucho, jatrofa y otras especies— que desplazan de la zona a casi toda otra forma de vida. La tierra cultivable, crucial para la soberanía alimentaria de las comunidades locales, es convertida en monocultivos de árboles que producen materias primas para exportación. Los recursos hídricos son contaminados y agotados por las plantaciones, al tiempo que los suelos se degradan. Las violaciones a los derechos humanos son moneda corriente, y van desde la pérdida de los medios de vida y el desplazamiento hasta la represión e incluso casos de tortura y muerte. Si bien las comunidades sufren en su conjunto, las plantaciones tienen impactos diferenciados de género, siendo las mujeres las más afectadas.
A pesar de toda la evidencia disponible acerca de los impactos sociales y ambientales de estos monocultivos en países como Brasil, Sudáfrica, Estados Unidos, Indonesia, Malasia, Camboya, Colombia y España, siguen siendo promovidas por una coalición de actores que van desde la FAO hasta las agencias bilaterales, desde el Foro de las Naciones Unidas sobre Bosques hasta los gobiernos nacionales, desde empresas consultoras hasta bancos privados y de desarrollo.
El motivo real detrás de las acciones de estos actores es simple: apropiarse de la tierra de la gente para que empresas de celulosa y papel, madera, caucho, palma aceitera y, recientemente, también biochar (*), puedan acceder a mayor cantidad de materias primas más baratas para aumentar aun más sus ganancias. El sobre-consumo despilfarrador de los productos de estas plantaciones por parte las naciones del próspero Norte tiene mucho que ver con su expansión creciente.
En respuesta a la publicidad adversa sobre los impactos de las plantaciones de árboles, las empresas han recurrido al uso de mecanismos de certificación, como el FSC, el PEFC, la SFI y la RSPO (**), los cuales les proporcionan credenciales “ecológicas” falsas que les permiten seguir con sus negocios de siempre.
El problema se ha agravado aún más con la llegada de nuevos actores del sector empresarial que apuntan a obtener beneficios del cambio climático, promoviendo falsas soluciones a través del establecimiento de las llamadas plantaciones para “sumideros de carbono”, la promoción de los agrocombustibles —agrodiésel y etanol de madera— y la introducción de árboles genéticamente modificados.
Sin embargo, los planes de las empresas se enfrentan a una oposición creciente. En país tras país, la gente se levanta para oponerse a la expansión de las plantaciones de árboles y un movimiento mundial ha crecido a lo largo de los años, unificando las numerosas luchas locales y ayudando a hacerse oír a quienes sufren por causa de las plantaciones.
En este Día Internacional Contra los Monocultivos de Árboles 2012:
¡DETENGAN LA EXPANSIÓN DE LOS MONOCULTIVOS DE ÁRBOLES!
(*) Biochar: carbón que sería enterrado en el suelo, donde se supone serviría como fertilizante y como depósito de carbono.
(**) FSC (Consejo de Administración Forestal), PEFC (Programa para Avalar Esquemas de Certificación Forestal), SFI (Iniciativa Forestal Sostenible), RSPO (Mesa Redonda de Aceite de Palma Sostenible
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