martes, 17 de mayo de 2011

EL DESARROLLISMO DE TIERRA ARRASADA


Las políticas neoliberales llevadas a cabo en las últimas décadas por los Partidos Blancos y Colorados en Uruguay, y continuadas por el Frente Amplio actualmente, han demostrado su fracaso desde el punto de vista de la inclusión social.

Tal motivo debe preocupar al pueblo trabajador. En definitiva, este pueblo que se compone de trabajadores, profesionales, artistas, artesanos, pequeños productores, comerciantes, es el que sufre las consecuencias directas del fracaso del neoliberalismo económico: robos, homicidios, consumo de drogas, aumento de la delincuencia, inseguridad.

La acumulación y concentración de la riqueza, la exclusión social y los bolsones de pobreza que el asistencialismo populista no consigue esconder, generan VIOLENCIA en la sociedad.

Una violencia generalizada que va desde el deporte hasta los robos a mano armada por parte de niños de 12 años.

Según las últimas estadísticas del Censo Continúo de Hogares, el desempleo ha bajado a niveles históricos para todo el país, lo que en cifras indica un éxito aparente en una política de decirle que sí a todas las inversiones que vienen desde el exterior. A las inversiones que no vienen solas, el presidente Mujica y su comitiva, las salen a buscar personalmente y las traen agarradas de la nariz.

La consigna es: vengan, inviertan y hagan la suya. No importa el costo social y ambiental que se pagará.

Tampoco importa si no aportarán nada al fisco en régimen de Zonas Francas y el monto de las ganancias que se llevan para afuera. No importa el daño social: familias desarraigadas y miles de agricultores desplazados para la ciudad, que van a poblar los nuevos asentamientos precarios. Los conocidos cantegriles, favelas o villas miserias. No importa el daño ambiental: minería a cielo abierto, tierra erosionada por los monocultivos, etc.

El neoliberalismo ha fracasado y sus consecuencias están a la vista

El proyecto progresista del País de la Kermese, donde hay de todo y para todos los gustos está demostrando un éxito aparente en cifras, pero es sólo  una burbuja. El presidente Mujica lo sabe y le pide cautela y precaución a los empresarios.

Para el actual modelo económico, lo que importa es que los números den bien, concepto no compartible para nosotros, defensores de la ecología política, pues no se evalúan los costos sociales (trabajos insalubres y mal pagos, trabajadores accidentados, costos para el Estado por licencias de enfermedad) ni aspectos  culturales y ambientales.

El modelo desarrollista y neoliberal del crecimiento cuantitativo a cualquier precio está dando sus frutos. El progresismo en el gobierno pretende imitar a las economías argentinas y brasileñas sin tener en cuenta que ambos países poseen enormes territorios y que esos países hermanos están sufriendo graves consecuencias socioambientales por su sistemática destrucción.

Por la magnitud del territorio y por el dominio absoluto de la información que llevan a cabo grandes los consorcios informativos, no es posible evaluar ni cuantificar el daño por parte de las poblaciones que son ajenas al lugar geográfico donde se está desarrollando la explotación minera, la tala de árboles o el vertido de desechos tóxicos a ríos y arroyos.

Cuando en Brasil la selva amazónica es desbastada para la plantación de soja y la cría de ganado, y la Mata Atlántica para la especulación inmobiliaria; las poblaciones más alejadas geográficamente no tienen la posibilidad de evaluar las consecuencias de esos desastres ecológicos.

Cuando sobrevienen grandes sequías o grandes inundaciones, los medios lo atribuyen a calamidades, situaciones de emergencia, etc., computando sólo los daños materiales y algunas vidas humanas.

Las poblaciones locales, muchas veces semianalfabetas, lo atribuyen al destino, al castigo divino por los pecados cometidos, o a la ira de la madre naturaleza.

En todos los casos, los pecadores no son las poblaciones locales, y sí los que están sentados y atornillados a un lujoso sillón. Sillones en la Casa Rosada, el Palacio del Planalto o el edificio de la Plaza Independencia; da lo mismo, son todos sillones de tres patas. Es allí donde se cocina todo a fuego lento y de espaldas al pueblo.

Se da la paradoja de que tenemos una democracia representativa que a muchos de nosotros no nos representa en nada. Debemos ir buscando y creando espacios alternativos de decisión. La formación del Partido Verde en nuestro país es una alternativa válida.

Proponemos una nueva cultura de masas, una nueva forma de producción y consumo, un nuevo estilo de vida respetando la naturaleza y tomando de ella sólo lo necesario para vivir. La felicidad y el bienestar individual no pasa por consumir más, sino por compartir los bienes materiales y el saber espiritual.

La nueva sociedad post-capitalista deberá ser: “de cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades”.

Practicar la solidaridad local, regional e internacional. Una cultura planetaria y una identidad dentro de la diversidad.

Claudio Diz

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